De todas las técnicas de marketing, seguramente la que más pone es la del mistery shopping. Es algo que excita al del encargo, porque le pone en el rol de M en el Mi6, y de alguna manera al espía en cuestión, porque se inflitra y se lleva sus dinerillos.
Somos cotillas, fisgones, chivatos y mercenarios. Ese es el mix de nuestra condición, y del que nos aprovechamos como empleadores y empleados. Porque lo del comprador misterioso es solo la “glamourización marketiniana” de una pulsión profundamente humana, pero no del todo bien vista si se le llama espionaje. Y lo de “shopping” es un apellido moderno, porque esto es del todo aplicable si le llamamos “visiting” – sin estar forzados a comprar o parecer que compramos – “contacting” – si solo hacemos llamaditas o coincidimos en un cóctel – o incluso, y más cool, juntamos el termino “socializing”, que entonces lo lleva a la red, como de social media, y todo es increíblemente actual, eficaz, vanguardista…bluff-bluff.
Del mistery shopping se cuenta la mitad de sus verdaderas intenciones, en un intento de tecnificar el chivateo. Se habla de benchmarking cuando la palabra adecuada es fusilar, y se mete en el ajo al análisis de la competencia, cuando en la mayoría de las ocasiones este tipo de proyectos los encarga un “robesperriano” director de RRHH…que sospecha que muchos cafés y poca atención al cliente.
Sí, nos va lo de espiar y eso explica el auge facebook, las cámaras ocultas en la entrevistas de trabajo, los detectives camuflados tras cristales tintados y los de asuntos internos asumiendo protagonismos corporativos. En otra vuelta de tuerca del business intelligence, ahora más soplón y guillotinador.
Pablo Martín Antoranz
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