La creación de los nombres de las marcas oscila entre estudios de mercado, puras intuiciones o anécdotas domésticas
¿Y qué más da? Realmente qué importa que la gente normal, la gran masa, dude al pronuncia Orange. ¿Qué más da? Si los interesados se entienden y saben que se habla de la nueva denominación de la antigua Americana, ¿cuál es el problema? A la hora de analizar la capacidad verbalizadora de una marca, no existen reglas taxativas. Depende en gran medida, de sus aspiraciones comerciales. En el mercado de gran consumo, el carácter fonético y el rasgo semántico han de aparecer milimétricamente equilibrados. Lo que se oye será fácil de captar y se alineará con su significado. Más complicado es que lo visual y el “audio” viajen fácilmente de una cultura a otra y que evolucionen de una generación a la siguiente, sin resquebrajarse a mitad de camino.
Sin embargo, cuando el nicho es tan estrecho que el empeño natural en darse a conocer se reduce al encuentro personal, un nombre raro, original o extranjero, puede convertirse en una ventaja competitiva. Un consultor de márketing, por ejemplo, parece más fiable cuanto más anglosajón resuene su apellido.
¿Náik o Nike? ¿Sanitas o Sánitas? ¿Couk o Coca Cola? ¿Sueps o Schweppes? ¿Randstad o Rastad? Y así podríamos enumerar un sinfín de marcas de éxito pronunciadas de marca errónea o, la menos, confusa, desde el punto de vista de lo que dista su particular identidad corporativa.
¿Náik o Nike? ¿Sanitas o Sánitas? ¿Couk o Coca Cola? ¿Sueps o Schweppes? ¿Randstad o Rastad? Y así podríamos enumerar un sinfín de marcas de éxito pronunciadas de marca errónea o, la menos, confusa, desde el punto de vista de lo que dista su particular identidad corporativa.
Fdo. Julio Pérez-Tomé Román, analista de marca (jptr@adverbo.biz)