Hoy, unos compañeros y yo hemos visitado a un posible cliente. Me gustan mucho estos momentos, imaginar qué nos vamos a encontrar, tratar de esbozar la imagen de su oficina/empresa, tantear qué clase de producto acorde con nuestro trabajo nos va a enseñar y, sobre todo, pensar en qué estrategia debemos de llevar a cabo en función de la personalidad del interlocutor.
Nada más llegar allí, es tiempo de reflexión y análisis. Contemplamos el entorno, observamos conductas y relaciones y establecemos un diagnóstico. Es muy importante deliberar antes de manifestarnos, es imprescindible hacer acopio de toda la información que llega a nuestros sentidos antes de emitir un juicio u opinión.
Mientras, nos mostramos receptivos a cualquier situación. Nada debe parecernos extraño y hay que reaccionar rápido ante los imprevistos. Todo vale a la hora de elegir, y cualquier pequeño detalle puede ser crucial para formarnos una opinión.
Tras la visita, viaje de vuelta, con comentarios, análisis, pensamientos improvisados y opiniones varias. Nos ha gustado y queremos trabajar con ellos. Y creemos que ha sido recíproco. Nos parece gente seria, el proyecto que llevan a cabo nos encaja y podemos colaborar en él.
Todo este proceso es un bonito camino que va a llegar a buen puerto. Vamos a trabajar juntos y vamos a aportarnos nuevas experiencias y conocimientos entre nosotros. Pero lo que quiero destacar en este caso, es lo importante que es el SABER ESTAR en todo momento y lugar. Una mala imagen, una palabra de más o de menos, un gesto que no transmita lo que esperan de nosotros… puede cargarse de lleno toda una posible relación de futuro. Esto sucede en todos los ámbitos de la vida, pero en el profesional, es tan importante como el comer. Y debemos controlarlo al 100% si queremos que nuestro futuro laboral sea óptimo.