Si me preguntan, desde el punto de vista de la comunicación, las deficiencias más importantes que observo en los directivos/as españoles, destacaría dos. La primera es un factor cultural, resaca de un sistema educativo poco interactivo. Dirigirse a un público a una audiencia determinada –convención de ventas, encuentro sectorial, congreso internacional, seminario de formación, equipo de colaboradores, etc…- es un hueso duro difícil de roer. Pecados más frecuentes. Uno, inseguridad. La claridad del lenguaje es producto del conocimiento y la confianza, de tener muy interiorizados los mensajes centrales de la exposición. Se habla desde dentro havia fuera, sin brújula interior, la audiencia te desarbola con facilidad. Una mirada circunspecta, un móvil que suena, un comentario, cualquier gesto se sobredimensiona. Esta fragilidad personal invita a muchos ponentes a parapetarse en el powerpoint. Mientras el público lee la pantalla, se pierde el contacto visual, absolutamente imprescindible.
Esta desconexión física provoca un segundo error. Blindada en arsenal tecnológico, la charla no se personaliza. Uno se dirige a una multitud estándar y anónima. La complicidad es producto del encuentro de rostros curiosos e interesados, facilitando la gestión de la soledad del que expone. Tres, lo bueno, si breve, dos veces bueno, dice nuestro refranero. ¡Qué pocas personas lo practican! El micrófono es una herramienta peligrosísima. Tertulianos, profesores, conferenciantes, políticos, nos rendimos a su embrujo y poder, convirtiendo una ponencia sobria en un mitin chapista. Brevedad y disciplina son valores de un ponente humilde que nos sucumbe a su ego y que respeta el tiempo de todos. Cuatro. Difícil mantener la atención del público si se permanece en un plano abstracto. Es conveniente salpicar el argumento con historias auténticas e ilustrativas traídas oportunamente a colación. En el arte de storytelling, los americanos son unos verdaderos artistas, lo maman desde pequeños. No existe la no comunicación: queramos o no, siempre estamos comunicando algo. Gestos, miradas, silencio, timbre de voz, posición, todo nuestro cuerpo habla y no siempre dice lo que la cabeza le aconseja. Cuando el mensaje se enquista en lugares comunes, faltos de la fibra y pasión que sólo la vedad y el corazón poseen, la credibilidad e integridad del ponente se resiente. Con algunos personajes públicos es fácil detectar ese gap. La inflación de apariencias estudiadas pone en evidencia del paripé urdido. La política tiene algo de teatro, pero, si solo es teatro, es pura farsa.
La segunda carencia tiene que ver con el abuso de las nuevas tecnologías, maravillosas en sí mismas. ¿Cuántos emails recibe al día? ¿Se siente mal si la cifra es baja? ¿Se siente peor si el número se dispara y se torna inmanejable? ¿Cuántos contesta? ¿Cuántas veces elige la opción borrar? Bien administrada, protege su agenda, autonomía y salud. ¿Cuántos manda usted? ¿Con qué objeto? Informar, vale, quedar, ok (el otro día contabilicé 13 emails con una persona hasta que descolgué el teléfono y cerramos la cita en dos segundos). ¿Conversar, de qué? Mandar un email a un destinatario y que éste lo sea, ¿significa que se ha dialogado? ¿Cuándo lo lee? ¿Cuál es su primera reacción? Si el tema es delicado, ¿por qué escoger este medio? ¿Por qué va una copia a fulano y mengano? ¿Lo escribió calentito, recién salidas del horno sus emociones más viscerales, o la serenidad gobernaba su pluma? Diversas hipótesis de trabajo. Una, quiere guerra y qué mejor medio que la Red para meter bulla. Dos, quiere ponerse a buen recaudo, que conste por escrito que usted ha hecho sus deberes. Tres, no tiene tiempo para una conversación noble y fructífera. Cuatro, es una forma de eludir el contacto personal, de sortear esos ojos, de escuchar ese silencio sonoro, se sentir la falta de empatía. Sea unos u otros los motivos, percibo un exceso de correos y una penuria de conversaciones catárticas, aquellas que sostienen las relaciones y provocan complicidades.
La culpa no es de la tecnología, neutra por naturaleza, sino nuestra por no saber utilizarla a nuestro servicio. Facebook, Twitter…poderosas herramientas de marketing y networking, medios para establecer lazos y consolidar comunidades de aprendizaje, mal utilizado se vuelven en nuestra contra. Saltimbanquis hiperactivos en Internet, tuiteamos a golpe de silbato, eructamos públicamente pensamientos poco pensados, arrojamos al otro sentimientos desbocados, mientras postergamos sine die conversaciones entre almas heridas y necesitadas. Devotos del zapping, el móvil y el ordenador, eludimos encuentros que siguen esperándonos.
¿Reflexión paleolítica o retrato de una sociedad sorda que grita porque no sabe conversar?
Santiago Álvarez de Mon
Profesor de IESE
Extraído diario “Expansión”.