El repunte del número de visitantes favorece el crecimiento, pero España necesita invertir más en calidad y apostar por otro modelo dentro del sector turístico para poder rentabilizar el gran flujo que recibe. Existen nuevas oportunidades para el turismo pero hay que cambiar algunas estructuras y modelos presentes en la actualidad.
Con demasiada frecuencia se olvida que el turismo es uno de los pilares de la estructura económica de España y, en consecuencia, que sin su recuperación no habrá tasas sustanciales de crecimiento durante los próximos trimestres.
Uno de los parámetros más esperanzadores relacionados con el fin oficial de la recesión es precisamente la entrada masiva de turistas a partir del año pasado. Efectivamente, en 2013 llegaron a España más de 60 millones de turistas, que se dejaron rentas por importe de 56.000 millones de euros, nada menos que el 6% del PIB. La tendencia se mantiene este año; en los dos primeros meses se ha registrado una entrada turística de más de seis millones de llegadas, casi el 12% más que en los dos primeros meses de 2013. Es decir, 2014 será probablemente un año turístico mejor que el anterior y contribuirá a apuntalar los indicios de reactivación.
El retorno de la esperanza turística se debe a dos causas de peso que distan de tener carácter estructural. Por un lado, algunos destinos competidores (Egipto, Turquía) pierden atractivo circunstancial debido a convulsiones políticas o sociales. La estabilidad de la democracia española es un punto decisivo a favor en estos casos.
El segundo motivo es de orden económico: España es un país comparativamente barato respecto de los países de origen del mayor número de turistas (Reino Unido, Francia, Alemania). Esta ventaja se aprecia no solo en el proceso de desinflación (la moderación de los precios es dominante en Europa) sino también en los ajustes de costes en bienes y servicios ejecutados en la economía española entre 2009 y 2012. El ejemplo característico es el del mercado inmobiliario. No es casualidad, sino un fenómeno concomitante, que la inversión extranjera esté volviendo poco a poco a apostar por la construcción.
Pero el factor competitivo estructural del turismo sigue siendo el sol y las playas. En esto no hay grandes variaciones sobre el boom turístico de los años sesenta. Durante décadas se ha insistido en que el mercado turístico español debía poner las infraestructuras adecuadas para complementar el sol y playa con otras actividades que atrajeran además a turistas con más nivel de renta. Lo que se ha conseguido no es poco (el turismo cultural aumenta), pero no ha cuajado en una estructura segura de ingresos comparable al turismo tradicional de rentas medias o bajas.
La calidad turística se afianza con inversiones meditadas (deportivas o culturales), respeto ambiental y buenas infraestructuras. Justamente lo contrario de lo que durante décadas se ha permitido, con la complicidad de las autoridades locales y autonómicas, en el litoral español. Las cicatrices de tanto disparate urbanístico dañan la percepción que puedan tener los turistas con rentas altas respecto de los servicios y oportunidades de ocio en España.