Si lo que i-tunes prometía como el gran día – simplemente otro día – era sacar todo el catálogo de The Beatles a la venta, los beatlemaniacs estamos muy de vuelta, y los nuevos – ignorantes en esto – seguramente pidiendo más Tokyo Hotel, Justin Timberlake, y esa colección de hip-hoppers y rappers de impronunciables nombres y de imposibles recordaciones.
Para los fans, una intentona comercial más después de haber hecho entre 4 o 5 discografías en diferentes épocas y soportes. Desde el vinilo single-ep-lp – con su complementariedad en el cassette, para el coche y luego walkman – pasando por el CD, los remasters – gran operación de re-venta – los oldies y las rarities – la re-re-venta – y aterrizando en el Mp3, desde cuando Napster gratuitamente campaba por sus respetos, y después el P2P tomó el bendito relevo, lo que nos hizo convertir los 96-128 a 320 kbps y con VBR. Para los beat-hooligans quedaban los vhs-dvd-blueray, los laserdiscs, y tal vez el reciente, Rockband.
Nada nuevo bajo el sol hasta que no se aplique y bien la realidad aumentada a esto…u hologramas imposibles, para tener The Cavern en el salón…o tal vez resurrecciones tecnológicamente aceptables, siempre con permiso de la siempre arisca Yoko Ono.
Los nuevos, o nonatos o dormidos a esta suerte de reediciones, que o porque se lo han contado o porque los han leído en karaokes, o los han oído en chill-outs.
Curiosa marca de subsconsciente colectivo profundo que se ha instalado con más mito que merecimientos, en esa tendencia tan nuestra a exagerar los logros y que apadrinen todas las influencias. Sí, tuvieron su punto, técnica y sociológicamente hablando, pero poco de eso queda ya en un legado que parece solo ser recogido por los siempre-copiones Oasis y los imitadores amateur de turno.
Pero sin embargo, el tirón inicial de i-tunes les ha devuelto a la vida con cuatro pelotazos en el moderno e-hit-parade – dos de ellos su más emblemáticas obras – y otra vez a soportar todo tipo de reinterpretaciones sobre la leyenda.
Y curiosa resultante la de la conjunción de las marcas Apple, mucho años después de que un inocente John Lennon empujara a malvender el sello original creyéndose que la neo-Apple nunca se dedicaría a la música. O eso, o una vista sagaz para el futuro win-win, con lo poquito que ha dejado por morder a sus herederos las luchas McCartney-Jackson de los 80´s-90´s, y que hizo que casi todos los derechos terminaran entre las paredes de Neverland.
Sí, ha sido un long-and-winding-road que ha terminado en un arbitrario let-it-be.
Pablo Martín Antoranz
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